Página ocho: un cuarto propio
Mi muy apreciado y paciente lector:
De nuevo estoy aquí, frente a mi álbum, tratando de añadir una página más que con gusto ofrezco a tu consideración. Que me disculpe la señora Wolf por utilizar como título el que ella misma concibió para su famoso ensayo que versaba sobre el quehacer literario y el mundo femenino. Pues bien, aquí estoy yo, tratando de hacer algo semejante, aunque no igual. Te lo aclaro para que no concibas falsas esperanzas sobre mi capacidad como escritora que, si bien no es reducida, tampoco es extraordinaria y mucho menos digna de ver impresas sus palabras. No, no es falsa modestia; ¡es una realidad palpable” No escribo mal, lo reconozco. Tengo recursos y oficio, no lo niego; pero aun no poseo ese toque que hace único al estilo personal del autor, sea éste el que sea, y que nos distingue del resto de los seres humanos que se empeñan por transitar el camino no siempre fácil de la comunicación escrita. Sin embargo, me gusta escribir. Me gusta ir desvelando los secretos de mi interior para convertirlos en frases y, a través de las palabras, en vida.
Si, me gusta escribir y por eso intentaré un ejercicio que aparece en un libro titulado: “Secretos, leyendas y susurros. Rituales para mujeres que se atreven a apropiarse de la escritura” escrito por Amparo Espinosa Rugancia y Ethel Kolteniuk Krauze. Pero antes, permíteme lector mío que te de una breve introducción al contenido de sus páginas. Escrito de una manera mágica, y por lo tanto muy atractiva para excitar ese motor ineludible de la creación en la que participa la fantasía, las autoras parten de una leyenda prehispánica que se refiere a una princesa llamada Ameyhale quien engañó al Dios del Viento para que le diera el don de la palabra escrita que estaba prohibido a las mujeres. Así se creo la “Hermandad de las Talladoras de Palabras”, hermandad femenina cuya finalidad es la de rescatar y publicar esa historia silente que ha sido y es la historia de nuestro género a través del tiempo. El instrumento de esta hermandad, es la escritura, por supuesto; así que sus hermanas mayores, las Serenas –en este caso representadas por las autoras de este libro-, se vuelven guías de aquellas que, como yo, aspiramos a desentrañar y desvelar los secretos ocultos de nuestro laberinto personal. La Serena Amparo escribe:
“Escribo para descubrirme, para saber quien soy.
Escribo para darle voy a mi inconformidad.
Escribo para mirar mis huellas.
Escribo para exorcizar mis dolores.
Escribo para descifrar mis desamores, para revivirlos, para eternizarlos.
Escribo para nombrar mis pasiones.
Escribo para tocar a Dios.
Escribo para curar mi alma.
Escribo para rescatar mi humanidad.
Escribo en búsqueda de sentido.
Escribo para seguir viviendo.
Escribo porque la escritura es mía, me pertenece.
Escribo porque me aterra morir inédita.
Escribo para conectarme con mi esencia.
Escribo para trascender mi narcisismo.
Escribo para hermanarme con otros.
Escribo porque me da placer.
Escribo, luego existo.”
Y añade después de esta profesión de fe en su sino de escritora irreductible:
“Escribir significa para las mujeres, un acto trasgresor, un acto de rebeldía que nunca queda impune.
Cuando escribo, les arrebato la escritura a los dioses (..)
Cuando escribo, también recae sobre mí la Maldición Desesperada”.
Y es aquí, en capitulo dedicado al primer secreto de las Serenas: “La aventura del robo”, en donde aparece el primer ejercicio de escritura que me dispongo llevar a cabo en unos cuantos renglones sobre la blanca hoja de mi álbum. En este ejercicio se me pide que describa tres espacios que yo considere propios, tres espacios en donde yo me sienta cómoda, ¡donde yo sea yo, vamos! Uno de ellos, el primero sin duda, mi ónfalo existencial aquí en México, es el Castillo de Chapultepec. Un lugar del cual he hablado y he escrito hasta cansarme sin percibir aun que lo haya dicho todo. Es un lugar en donde mi yo se vuelve intemporal, un lugar para convivir con mis sueños y para olvidarme que el aquí y el ahora me reclaman detrás de sus rejas verdes. Soy feliz en las terrazas del Castillo de Chapultepec. ¡Es mi espacio!, ¡mi sitio!, ¡mi lugar por antonomasia! Un espacio que siempre está atestado de visitantes a los que ignoro para poder disfrutar mejor esas visitas furtivas en horarios inverosímiles –preferentemente antes de que lo cierren por la tarde-. Cada vez que necesito sentirme viva, voy al Castillo, subo su rampa y me interno en ese patio exterior para iniciar un recorrido que ya se me de memoria, pero que me sigue fascinando porque es como el hilo conductor de mis sueños, de mis conversaciones interiores con los “habitantes” imperceptibles de ese espacio. Me sé de memoria lo que se exhibe, donde están las joyas, al ropa, los abanicos, los muebles, los retratos, los espejos en los que me gusta reflejarme, los carruajes… Me gusta soñar con el tiempo ido y con los fragmentos de mi propia historia que están engarzados en ese lugar. Las escaleras por las que alguna vez subí hasta alcanzar las rejas de la entrada al Castillo, el recinto del Audiorama en donde le escuché cantar a un coro austriaco el “Danubio Azul” de Johann Strauss y que le fue dedicado en aquella ocasión al mismísimo Maximiliano provocándome una extraña sensación de absoluta y feliz sincronicidad… Creo que hay mucho de mí sobre el Cerro del Chapulín.
Discúlpame, lector querido, si me engolosino hablando de ese espacio que es sin duda, ¡mi espacio! por antonomasia. Pero me doy cuenta que estoy ya a punto de concluir esta nueva página de mi álbum antes de que pueda hablar de otro espacio que es, sin duda ninguna, mi pequeño Chapultepec físico: mi cuarto. Un lugar de 12 metros cuadrados en donde se encuentra reunido todo mi mundo exterior. En el él duermo, escribo, veo la televisión, oigo mi música y, por supuesto, tecleo en mi computadora. En él tengo el retrato enmarcado de un hombre al que nunca podré conocer porque murió casi 100 antes de que yo naciera. Un hombre que fue fugazmente, él sí, propietario del Castillo sobre el Cerro del Chapulín y con el que me gusta platicar en el interior de mi imaginación dándole una voz y un movimiento que nunca tendré la oportunidad de constatar que fueron suyos. Un hombre que es, hoy por hoy, el centro de mi vida y de mis fantasías, no todas confesables, lo reconozco. Un hombre al que conocí en el tránsito de mi adolescencia y a quien he regresado una y otra vez después de largos periodos de ausencia. Tal vez no fue el mejor hombre del mundo; pero, para mí es toda una inspiración porque en él me reconozco y me encuentro. Probablemente hubiéramos sido una pareja desastrosa de habernos encontrado en el mismo tiempo y el mismo lugar, pero mi fantasía siempre ha hecho tolerable nuestra relación absolutamente platónica.
Creo que en otra ocasión hablaré en estas páginas de a que dedico mi tiempo y que aspiro hacer con él. Por hoy, ha sido todo, lector mío. Solo me queda despedirme hasta la próxima vez en que nos encontremos.
Comentarios
Ahora voy a meter mi cuchara:
Escribes MUY BIEN, no te diré que no lo dejes de hacer porque es obvio que nunca lo abandonarás. Y eso me alegra por que cada que vez nos regalas textos muy diferentes entre si pero con ese saborcito muy tuyo. Otros le llaman ...y vaya que si lo tienes.
Hablas com Max? Me pasa igual con Shakespeare y con Frank, te lo juro. Pero ya hablaremos el sábado de la prox semana.
P.S.
En esa foto sales muy bien, la fotógrafa ta feliz por ver la imágen y los recuerdos...
Hay mucho en lo que hacemos "click", ¿verdad? ;) No sabes lo que agradezco tus comentarios al contenido de este álbum ecléctico.
Te mando un beso y un abrazo fuerte, fuerte.
Postdata: empiezo a sentir las maripositas en el estómago por la próximidad de la fecha ;)
Ese libro que mencionas tiene que ser de lo más interesante y me gusta el ejercicio que propone... no es fácil describir los lugares en los que uno está cómodo porque intuyo que hay mucho de análisis en porqué nos hace sentir cómodos ese lugar y no otros... Aunque yo creo que no tengo tres lugares que describir.
Un abrazo enorme de esta hermana tuya que te lee aunque no siempre te comente ;)
Mucha suerte el sábado y que disfrutéis mucho de la reunión... ;)
Respecto al ejercicio que propone el libro, puedes adaptarlo ;) Habla solo del lugar o los lugares en dónde te sientes más agusto y por qué. Cómprate un cuaderno bonito y tómate unos minutos al día -o cuando puedas, que no es obligación; ¡al contrario!, es un placer personal- para ponerte en contacto con tu interior y expresar ese dialogo contigo misma a través de la escritura. Puedes escribir en la cocina -siempre me ha parecido ideal escribir en ese lugar en donde se trasmutan los alimentos ;)- o en donde haya una mesa y una silla disponibles :). Sé que no siempre es fácil encontrar el momento adecuado con la vida que llevamos a cuesta; pero, también sé que puedes encontrar esos espacios de tiempo para tí, solo para tí, igual que lo hicieron Jane Austen y las hermanas Brontë.
Aunque se muy bien que tu creatividad, lejos de ocultarla, la expresas de muy diversas maneras. ¿Sabías que eres una artista, hermana mía? Una artista con una sensibilidad muy grande. No sabes lo que disfruto tus creaciones. Y no me refiero solo a tus vestidos, me refiero a lo que aportas en tu trabajo, al diseño extraordinario de "Augusta" y a todo lo que nos dejas entreveer acerca de otros temas :)
La verdad es que te admiro mucho, Rosario; además de que eres toda una inspiración para mí. Te dejo aquí un fuerte abrazo y ya te estaré contando de la reunión del próximo sábado ;)
Yo quería escribirte algo estupendo aquí, aunque fuera por agradecerte tus escritos en mi espacio (via mail) pero es que... estoy tan impresionada por lo que comentas, tan... flaseada por ese libro del que hablas, con tanta necesidad de tenerlo y leerlo para ver si es verdad que me reconozco en él.
El breve párrafo que nos has transcrito ha removido algo en mi interior que en estos momentos me hace tanto daño... tú sabes a qué dolor me refiero tita Carmen. A ese dolor del alma por esos sueños que no se realizan nunca pero que siempre parecen tan tangibles...
No tengo gran cosa que decir ahora. Tan solo gracias, como siempre. Y que te quiero, un montón.