Página nueve: Una estampa en el Munal
Mi muy querido y apreciado lector:
En esta ocasión, regreso a mi álbum contrita y apenada por mi larga ausencia. Por este silencio pertinaz que confieso involuntario; de alguna manera, claro. Sé que me preguntarás: ¿acaso no había nada que decir en estos tres largos meses? ¿Acontecimientos, por mínimos que estos hubieran sido, dignos de registrarse en las hojas de este álbum cibernético?... Y los hubo, ¡claro que los hubo!; aunque, si he de serte sincera, no consideré a ninguno de ellos, digno de suceder a lo que escribí en este álbum en la última ocasión. Y bueno, si a eso le sumas una especie de apatía que inmovilizó mi voluntad de escritora durante estos tres largos meses; el desenlace natural era pues el silencio. Sin embargo, aquí estoy de nuevo tratando de sobreponerme para exponer de nuevo, frente a tus ojos, algo que puedas juzgar de interés como probable lectura.
No, no me remontaré a mis patéticas vacaciones invernales con sus puntuales momentos de goce y magia. Tampoco me trasladaré a principios de este año para rememorar el gusto con el que disfruté dos exposiciones, en sendos museos, que me mostraron la gloria de los tiempos idos. No. ¿De que te hablaré esta vez? No sé, probablemente de un libro esquivo o de mi próximo proyecto de costura. O, tal vez, de ambas cosas que se reunieron en un solo espacio el pasado sábado 28 de febrero. Y, como decían mis antepasados latinos: iniciemos esta historia “ad ovo”, desde el huevo. Tengo una amiga llamada Alejandra Catalina Escudero Carrillo. La conocí una tarde de sábado en el hoy ya casi extinto Club de Harry Potter que entonces se reunía en el emblemático Parque Hundido de la Ciudad de México. Debió de ser en uno de los meses finales del agonizante 2004, año en el que ambas ingresamos al Club. ¿Por qué me lanzo a la distancia de ese tiempo pasado? Porque ella fue la causante de que este sábado 28 que comentó, yo dirigiera mis pasos al ya centenario edificio del Museo Nacional de Arte –el abreviado Munal-. Me hizo la cordial invitación el jueves anterior y como dijo en su momento el famoso Don Corleone: fue una oferta que sencillamente no pude rechazar. Primero, fui a al correo a ponerle una carta a Charity y después me encaminé, feliz como cualquier par de castañuelas que se precien de serlo, a nuestro punto de reunión. El día amaneció perfecto. Soleado y sin nubes, aun frío; pero, en el que se podía ventear ya la proximidad de la tan deseada Primavera. Estos días así, me vuelven loca pues, no puedo evitar relacionarlos con esos otros, de mi apenas lejano pasado, en los que la vida tenía un risueño matiz de rotunda esperanza. Sí, no pude evitar traerme a mientes otro sábado en el que también fui, con mis compañeras de colegio, a otro museo, este en Madrid, que puso ante mis ojos adolescentes un futuro que en esos momentos no reconocí; es más, ni siquiera alcancé a intuir. Pues bien, lector mío, otra vez era sábado y de nuevo tuve esa sensación de gozo contendido ante las maravillas que mis ojos contemplaron. Creo que en mi interior hermané ambas experiencias y tuve la dicha de regresar el tiempo al sobreponerlas para convertirlas en una sola. Sí, por un instante, el Museo de América de Madrid y el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México, fueron uno. Y, en esa involuntaria, aunque perfecta yuxtaposición de instantes, mi pasado y mi presente convergieron dándose sentido mutuamente. Es más, de repente, muchos momentos de mi vida pasada, se tocaron y alcanzaron a fundirse en uno solo. Momentos de mi vida de estudiante en la hoy Universidad del Claustro de Sor Juana, o de mi vida como maestra del bachillerato de Periodismo y Arte en Radio y Televisión –PART-, o de mi vida como parte de la Sociedad Victoriana Augusta. Todo fue uno y me sentí absolutamente plena.
Alejandra tenía una razón para ir a ese Museo. Una razón muy poderosa que la mantuvo sentada cerca de una hora escuchando las voces de un par de difuntos talentosos, muy queridos y admirados por ella: Jorge Ibargüengoitia y Alejandro Aura. La escuché reírse al recibir esos mensajes grabados y la vi abstraerse verdaderamente arrobada mientras los oía. Y, como esa experiencia era incompartible para nosotras –me refiero a quienes la acompañamos; o sea, Kimberly Ollinger y yo-, decidí en ese instante, buscar mi propia experiencia en los corredores y salas ese Museo que he visitado tantas veces y de tantas maneras. Recorrí pues el espacio en busca de un retrato que me diera inspiración para el próximo traje Imperio que me voy a hacer para la siguiente reunión de Augusta en México. De repente, encontré colgado de uno de sus muros, el retrato que necesitaba para inspirarme. Por supuesto, el resultado de esta nueva aventura costureril, no tendrá nada que ver con una fiel copia del original, carísimo lector; pero, me conformo con que se vea más o menos cercano en cuanto a imagen. Ya tengo ubicada la tela que volverá ser de algodón con un sorprendente estampado en blanco y negro. Espero lograr un buen acercamiento, en cuanto efecto visual, a su correspondiente histórico (1806). En fin, que me entusiasmé frente al retrato viéndome ya vestida con el traje Imperio que pienso hacerme como regalo para mi próximo cumpleaños.
Y, como el éxtasis auditivo de mi amiga Alejandra se prolongo más allá del tiempo que alcancé a dedicar para visualizarme como una mujer de la Nueva España hacia 1806, me dio tiempo para regresar a soñar frente a los paisajes de Velasco y Landesio, o frente a los retratos de Juan Cordero, o frente a la obra de Hermenegildo Bustos. Fue un breve y rápido recorrido por las salas, acompañada por Kim, por quien regresé, inconscientemente, a mi rol de maestra. Como puedes apreciar, mi muy querido lector, fue un sábado al que no le faltó nada, ni siquiera el recorrido por los puestos de libros antiguos en donde me volví a encontrar ese título esquivo y burlón al que escucho carcajearse de mis ganas de adquirirlo cada vez que pregunto por su precio que siempre resulta ser desproporcionado ante mi magro poder adquisitivo.
Comentarios
Y más gusto me da que hayas recibido la inspiración (y sobre todo la motivación) para uno de los proyectos costuriles de este año.
De salud no puedo más que repetirte lo de "rigor": No descuides los chochos.
De Ibargüengoitia no digo nada porque una vez más me ha dado miedo...