Página cincuenta: El memorioso Fidel, un botón de muestra

 


El día de hoy utilizo este espacio para cumplir una promesa y para hacer un sentido homenaje a un gran escritor del siglo XIX mexicano: "Fidel". En realidad se llamaba Guillermo Prieto y tuvo una de esas vidas de novela tan propias del siglo decimonono de nuestra actual cronología. Don Guillermo (que bien merecido se tiene el que le diga "Don") fue todo un personaje al que le gustaba hablar no solo del tiempo presente sino, además del tiempo pasado, de aquel que conoció en su infancia o del que había oído hablar a sus abuelos y a sus padres. "Fidel" fue, entre otras cosas, funcionario civil a una edad muy temprana, también fue redactor en fugaces o no tan fugaces periodicos y revistas de aquel convulso mediado de siglo XIX en México, y más tarde fue Secretario de Estado lanzándose a la ingrata política que tantas "víctimas" suele cobrarse hasta el día de hoy. Pero "Fidel", antes que nada, fue un cronista de su tiempo y de los precendentes y, es gracias a su acuciosa memoria y a su extraordinaria pluma, que conservamos las imágenes de un México que para mediados del siglo XIX ya no existía.  La vida de Don Guillermo ocupó practicamente todo el siglo XIX, desde principios de 1818 hasta principios de 1897, estuvo presente en el ocaso del virreinato, en la llegada de la Independencia, en el Primer Imperio, en la República Federal, conoció los tiempos de López de Santa Anna, luchó contra los norteamericanos en 1847, se afilió al liberalismo y a su política, formó parte de la mítica generación que redactó la Constitución de 1857 y defendió a México de una nueva invasión, ésta llegada desde Europa, por supuesto, también estuvo del lado de Juárez durante la instauración del Segundo Imperio y después se desilusionó de él como político, y finalmente se jubiló en el momento en que su compañero de batallas, Porfirio Díaz, se convirtió en el autócrata de México. Conoció a mucha gente a lo largo de su vida y gente muy importante, desde políticos añejos como Lucas Alamán hasta jóvenes poetas como Manuel Acuña para quienes era ya la memoria viva más prodigiosa del siglo. Y si, en efecto, junto con sus amigos de pluma y de quehacer político como lo fueron Ignacio Ramirez y Manuel Payno formó parte del "sui generis" Parnaso Mexicano de aquella generación increíble que fue capaz de transformar a esta nación como pocas generaciones han sido capaces de hacerlo en el momento en el que se les brindó la oportunidad para ello.

Y, después de introducir brevemente a nuestro autor (que si, no lo oculto, es uno de mis favoritos junto con varias otras plumas prodigiosas de su época), pasaré a la parte en que estractaré una pequeña prueba para que se entienda mi fervor por Don Guillermo y por la manera que tenía de explicar lo que almacenaba en su prodigiosa memoria. Lo siguiente forma parte de un artículo publicado el 30 de mayo de 1875 en la Revista Universal y cuyo tema es como se vivía en el lejano 1820, un año antes de que el virreinato de la Nueva España consiguiera su anhelada y trabajosa independencia de la Corona Española. Y para ello, Don Guillermo, embozado tras el reconocido alias de "Fidel", pergueña la historia de una familia provinciana de "posibles" que se traslada a la capital para asistir a una serie de eventos sociales que eran los que entonces reunían a la buena y no tan buena sociedad. En este artículo del 30 de mayo habla del "monjío" o profesión de una monja que es el evento principal que obliga a esta familia de Puebla a trasladarse a la capital para vivir una serie de aventuras desde su óptica provinciana, pero el "monjío", lo que era y como se realizaba es tema de otro artículo, en éste se habla de como invitan a Don Santos y a su familia a una corrida de toros la cual se describe con lujo de detalles mostrándonos como eran y se desarrollaban en la Ciudad de México en aquel lejano 1820. No hablaré de la corrida a menos que un entusiasta del sangriento espectáculo me insista en ello (a lo que cederé, única y exclusivamente, en aras de mostrarle como era que entonces se celebraban en México las dichosa corridas), de resto, prefiero centrar mi atención en como era que los sastres realizaban su oficio en aquellos ayeres. Y empezaré con la transcipción de lo que quiero dejar constancia en esta entrada.

"La importancia de las visitas de don Santos, y más que todo ir a presentar en Puebla su baño de corte, lo hizo llamar al sastre, para aprovechar los buenos efectos que habían llegado, según Mauleón, a la casa, no recuerdo bien si de los Isitas o de los Mecas, que eran la flor y nata del parián.


Entonces no eran las sastrerías esos templos de la moda, en que se ven cascadas de casimires y de paños riquísimos, en que sofás y espejos suplantan la elegancia de los salones, en que retretes esmerados como el tocador de una gran señora inician al elegante en los misterios de la moda, entre correos ilustraciones y revistas del gran tono; por último, en que lo capital es el comercio y lo accesorio el sastre, no, entonces, el maestro sastre era el hombre del oficio, y pare usted de contar.

Fue Bruno a llamar al maestro Cienfuegos que con decir que estaba situado en la calle de San José el Real, ya se dice que era de lo principal de México.

Mostrador y percha, en un cuarto desmantelado y con cada hendidura en las vigas que parecía un sepulcro, he ahí el templo de la moda.

La percha, sobre todo, era lo típico y tanto que cuando se trataba de las correcciones a un vestido, se encargaba que no le hicieran compostura de percha, es decir que no le colgaran en la percha sin ponerle mano, como era costumbre de algunos hijos de San Homobono.

Cienfuegos era un hombre flaco y de ojos hundidos, patilla rala y boca desdentada, largos, uñosos y delgados dedos y maneras sumisas y respetuosas.

Vestía pantalon de paño y chaqueta de indiana, sombrero tendido y capa redonda de paño color aceituna con su broche de plata.

Luego que llegó al mesón y saludo a don Santos, haciendo que se colocase frente al balcón, sacó su medida y puso manos a la obra; pero es el caso que la medida merece descripción particular.

Como el papel genovés que se gastaba en México era de muy exiguas proporciones, la medida, que era de papel, se componía de fracciones de acanaladas tiras de a cuarta o de a sesma, cosidas con seda blanca hasta formar una sola tira de poco más de a vara y de un dedo de ancho.

Se tomaba la medida, llevando la tira, por ejemplo, del hombro al codo y del codo a la mano, y para señalar estos tramos, llevaba el sastre a prevención en el bolsillo del costado una malas tijeras, con que daba sus piquetes convencionales en el papel; pero estos piquetes eran jeroglíficos, eran signos cabalísticos, eran misterios del arte que no se alcanza cómo se hacían inteligibles, cuando una sola medida servía para cinco o seis perosnas de diferentes tamaños.

Tomada la medida, se preguntaba al sastre las varas que necesitaba para las diferentes piezas del traje, comprometiéndose a ir al cajón a elegir los cortes con la mayor deferencia, bien entendido de que cuando se entregara el vestido había que llevar en una de las bolsas los retazos del género sobrante, bien para vestir botones o bien para remendar, que mucho suele ofrecerse".

Que un sastre abandonara su taller era toda una deferencia que, en ocasiones, se cobraba. Y para quienes no conozcan el México del siglo XIX explicaré una de las curiosidades que el texto menciona. El Parián era una estructura compuesta por "cajones" de madera y estos cajones no eran otra cosa que puestos de comercio en donde se vendían comida ya hecha, frutas, verduras, flores, objetos propios que tenían uso en el hogar de aquellos días, juguetitos, calzado, artículos de mercerías o boneterías y, por supuesto, telas para coser o prendas ya hechas (incluyendo accesorios como sombreros y rebozos). Así pues, el Parián era digno heredero de los tianguis prehispánicos y de los mercadillos placeros europeos, así como también un digno precursos de los actuales centros comerciales. La estructura se levantó en el siglo XVIII ocupando un área bastante extensa de la plaza mayor de la Ciudad de México y permaneció sobre sus cimientos hasta entrado el siglo XIX cuando la piqueta de la modernidad acabó con ella. En el Parián se gestaron fortunas y hastas conspiraciones políticas, y también sufrió algún que otro incendio que, aun así, no lo hizo desaparecer. Solo añadiré que el Parián fue la génesis de empresas comerciales como el Puerto de Liverpool una tienda departamental que aun existe en la capital de México y que empezó siendo uno de esos cajones de ropa y tela del Parián en 1847.

Por hoy, esto es todo, y ya vendré otro día a seguir contando historias.

Comentarios

Fer ha dicho que…
Buen día! Alguien podría indicarme si es el libro es una novela o un estudio. Estoy cerca de la librería donde la venden. A la autora, gracias por la reseña, muy buena.
Carmen López Martí ha dicho que…
Estimado Fer:

Disculpa si te contesto ahora pero no quería que pasara la ocasión sin dedicarte unas palabras para resolver tu duda. El libro lo adquirí hace muchos ayeres en una Feria del Libro. Compré solo dos volúmenes (uno de cartas y este que comento) y tengo el recuerdo que se trata de una editorial de fondo universitario, aunque en este momento no me acuerdo que universidad lo editó. Es poco probable que lo encuentres hoy en el catálogo de una librería común como el Sótano o Gandhi; más bien tendrías que ir a la editorial a ver si aun tienen remanentes de esa edición pues dudo que hayan hecho otras ediciones o reediciones de la obra. Tal vez, si pones empeño y te gusta recorrer las librerías de viejo, puedas encontrártelo en alguna de ellas. Recibe cordiales saludos de

Carmen López Martí

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