Página trece: Un poco de literatura inglesa

Mi muy querido y extrañado lector:

Con un pie en el estribo y con los nervios naturales que me asaltan previos a cualquier viaje, pongo a tu disposición este texto que espero sea de tu agrado.

Inspiración, no hay mucha, por desgracia. Sucesos en los que inspirarse para contarte algo que llame tu atención… Lo intentaré. Hubiera querido hablarte un poco sobre Tamara de Lempicka; pero, ya lo hice en otros espacios cibernéticos en donde suelo volcar también mis pareceres. Esos dos espacios, cuyos nombres puedes leer en el margen izquierdo de esta página, son el que titulo de manera muy personal con mi propio nombre: Carmen López y Martí; y, con dos palabras comunes: El Laberinto. Si estás interesado en saber que pueden decir acerca de la exposición de Tamara de Lempicka y de la película de “Enemigos Públicos”, introdúcete a través de los enlaces. Aquí, y al respecto de todo ello, solo me queda por añadir que Tamara de Lempicka tuvo un “plus” inesperado: saber que a mi entrañable amiga, Rosario T. Palacios –la talentosa anfitriona de “Cuaderno de Costura”-, también le gusta esa pintora tan cercana al diseño. Creo que, a partir del momento en que lo supe, la de Lempicka creció aun más en mi estima. Hay quien se esfuerza por demostrar que nada de lo que nos sucede en nuestra vida es por casualidad, que lo que llamamos Destino existe de alguna manera y que, por supuesto, también existen esos famosos 6 grados de separación con respecto a quienes conocemos a lo largo de nuestra vida. Y sí, este tipo de detalles me vuelven a demostrar que conozco exactamente a quienes siempre debí de conocer y que me relaciono con aquellos que tienen algo que aportar a mi existencia –y yo a la suya, por supuesto-.

Pero, no seguiré por el recto camino de la Filosofía porque, en realidad, me gustaría platicarte hoy de un par de lecturas y, tal vez, de la última película que ví en el cine. Todo tiene que ver conmigo, definitivamente. Empezaré con la señorita Austen, Jane Austen, y su obra “Sensatez y sentimientos”. Que me disculpen todos aquellos que idolatran la novela sentimental de la muy convencional señorita Austen –y espero que tú, mi paciente lector, seas indulgente con mi crítica-; pero, si exceptúo algunos momentos puntuales del texto en donde si pude percibir la ironía tan británica de su autora, el resto me resultó denso y, hasta podría decir que aburrido, si no me expusiera a herir algunas susceptibilidades. Sí, mi querido lector, Jane Austen me aburrió tanto como el propio profesor Tolkien -una vez dejó a Bilbo Baggins en la Comarca y antes de que el singular Faramir se volviera un héroe en el último libro de su mamotétrico “Señor de los Anillos”-. Creo que a partir de este momento, Jane Austen y John Ronald Ruel Tolkien, quedarán hermanados por la desafortunada experiencia de mi lectura. No quiero que pienses que son malas plumas pues, de ser así, no gozarían del gusto de los lectores contemporáneos. Además, como tampoco soy una experta en literatura británica, mi crítica no es precisamente la mejor documentada. Más bien, mi crítica se desarrolla a partir de mi propia experiencia como lectora, absolutamente hispano parlante, que no le queda más remedio que echar mano de los “traidores” traductores que me simplifican recorrer el tortuoso camino de la lengua original.

Pues sí, primero leí a la señorita Austen y, acabando el volumen de “Sensatez y sentimientos”, pasé a empaparme de la biografía del ya mencionado JRR Tolkien. Es maravilloso constatar la vigencia del famoso conservadurismo inglés recorriendo los siglos. La señorita Austen es un producto de la educación británica del siglo XVIII. Una educación que no le pudo brindar a la famosa Jane Austen más que un poco de conocimiento y muchas restricciones a causa de su sexo y de su condición económica. La señorita Austen leyó lo que la bien provista y selecta biblioteca de su padre, el reverendo Austen, puso a su alcance, y gozó de una educación poco convencional entre sus hermanos varones y los pupilos de su padre. Sin embargo, pronto se doblegó ante la experiencia de ser mujer en un mundo de hombres y terminó cediendo a lo que se esperaba de ella. Nació, creció y murió en un entorno rural cargado de normas, reglas y expectativas. Algo que me cansó sobremanera en la lectura de su novela, fue la constante referencia al dinero y a la intolerancia social causada por una mala decisión en ese sentido. Aunque admito que la lectura de su obra me enseñó más acerca de las costumbres británicas del momento, que cualquier libro erudito de sociología o historia. Respecto a Tolkien, quien nació antes de que la señorita Austen cumpliera un siglo de muerta –y cuando su crecida fama aun no alcanzaba las cotas que alcanzaría después a lo largo del siglo XX-, es tan convencional como la propia hija del reverendo Austen, a pesar de haberse desarrollado su historia más de cien años después. Nacido en Sudáfrica, su vida comienza en medio de un exotismo que estaría presente a lo largo de su vida para siempre. Nada le fue ahorrado. El no tener casi recuerdos de su padre, quien murió cuando el era apenas un niño. El perder a su madre al inicio de su adolescencia. Los rigores de la tutela de un cura católico, gran amigo de su madre, quien se impuso sobre sus deseos hasta que fue mayor de edad. El perder a sus amigos en la Primera Guerra Mundial… Si, se casó con la primera mujer que llegó a conocer y formó con ella una familia que, junto a su inclasificable obra, le dio sentido a su vida. Fue un profesor convencional dentro de un Oxford convencional. Un hombre de clubes de hombres en donde se hablaba de temas absolutamente intelectuales. Un hombre que hizo de las lenguas propias su vehículo para poder comunicar ese extravagante mundo interior que lo rebasaba. Nada que ver con lo que al fin su imaginación fue capaz de provocar en ese público joven que absorvió su obra como si fuera esa mitología que él se esforzó por crear como una realidad palpable. Seguir, paso a paso, las vicisitudes de su vida fue algo enriquecedor para mí ya que, como acostumbro, me identifiqué con su proceso creativo y con sus limitaciones como creador. Su biógrafo, Humphey Carpenter, en un tono ameno, me acercó a un Tolkien en quien reconocí mis propias ansias de dejar un legado creativo para trascender y, sobre todo, las serias dificultades de carácter que nos limitan. Adoro llegar a este punto como lectora, no lo niego; pero, también me desespera ver que el tiempo pasa y yo no logro conseguir lo que otros si hicieron. Me siento, curiosamente, más identificada con el profesor Tolkien que con la señorita Austen, aunque la lectura de las obras de ambos tengan sobre mi un efecto somnífero similar.

Por cierto, algo te prometí comentar sobre la última película que vi y que fue la de “Harry Potter y el misterio del príncipe”. Como película de entretenimiento, cumple su finalidad: me entretuve con sus imágenes y me divertí con su trama recompuesta inspirada en el tomo sexto de la saga de JR Rowling, otra autora inglesa. No tenía grandes expectativas así que, disfruté la película. Todos aquellos que vayan buscando algo en específico motivado por la devoción que le tienen a la saga de Rowling, evítenla ya que no me cabe la menor duda de que saldrán del cine decepcionados. Pero, los que quieran ir al cine a ver una película más sin ningún otro objetivo, pueden incluso llegar a disfrutarla. Yo lo hice y no me costó mucho lograrlo. Adaptar en lenguaje cinematográfico a Rowling después del tercer libro, no es una tarea fácil ya que, desde el cuarto libro de la saga, Rowling empieza a complicar cada vez más la trama de una manera poco esclarecedora ya que se engolosina con los detalles de las subtramas sin aportar al esquema narrativo nada auténticamente sustancial. Por eso agradecí que la película casi narrara una historia diferente. Por desgracia, las “complejidades” de Rowling, dificultan cualquier intento decente de adaptar su obra para una narración cinematográfica. Lo he dicho hasta la saciedad y vuelvo a repetirlo en estas líneas: para mí, la mejor adaptación de un libro de Rowling, ha sido, hasta hoy, la que dirigió Alfonso Cuarón ya que le imprimió a su película una serie de valores, meramente cinematográficos, que no se han vuelto a ver en ninguna otra adaptación.

Por hoy, eso ha sido todo mi inapreciable lector. Y, para que puedas demandármela en un futuro, quedo comprometida con una próxima entrega.

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