Página veintinueve: Una vista a Orsay sin salir de casa.
Mi muy querido lector, paciente y fiel, de este Álbum de Ánecdotas:
El día de hoy, retomó esta página para comentarte que inauguré este 2013 con una vista al Museo Nacional de Arte -MUNAL- que se encuentra en la calle de Tacuba ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El edificio actual en donde se encuentra el museo, data de la primera década del siglo XX y fue concebido, originalmente, como un palacio dedicado a las comunicaciones de la época -principalmente, el telégrafo-. En el siglo XIX, en ese mismo predio, se albergó el Hospital de San Andrés que colindaba con el primer cementerio civil que tuvo la Ciudad de México y que se le nombró de Santa Paula. Pero esa es otra historia que quizá cuente en alguna página futura de este álbum. Hoy regresé al MUNAL porque, después de todo, no podía hacerme oídos sordos ante la "invitación" que se me había extendido de conocer algunas de las obras que tienen por hogar el famoso Museo d´Orsay, en París. Manet, Monet, Renoir, Rodin, Gauguin y fotógrafos como Félix Nadar o los celebérrimos hermanos Lumiere, fueron mis anfitriones, por un instante, mientras yo deambulaba viendo las imágenes de la exposición. Para mi deleite, no hubo tanto público como en otras y pude ir y venir a mi gusto y sabor por las salas mientras yo misma tomaba fotografías con la cámara de mi teléfono celular. Tal vez, lo más destacado de la exposición, fue un Gauguin que he visto reproducido en cantidad de libros de arte y que me hizo reflexionar sobre el hecho de que yo también tengo pendiente una escapada a mi Tahití personal en busca de mi propio destino y de que éste llegará, sin duda, porque nadie puede escapar de sus proyecciones hacia el futuro o, lo que es lo mismo: nadie puede dejar de ser lo que desea ser desde que tuvo uso de razón para empezar a diseñar su vida. Así pues, después de un conflictivo diciembre que me dejó un amargo sabor de boca, estar frente a un Gauguin real, me hizo pensar que, finalmente, yo también podré tener la oportunidad de abandonar algún día el escritorio de mi oficina para irme a concretar unos sueños que aun no son lo suficientemente maduros como para arrastrarme en pos de ellos. Pero, sé que madurarán y se concretarán para hacerme feliz. Gauguin, hoy, me dio ese mensaje: que no ceje, que no me desespere, que no me sienta miserablemente atada a mis circunstancias actuales como si nunca fueran a cambiar cuando la vida es precisamente eso, cambio y mutabilidad. Y puedo decir que lo sentí cuando seguí recorriendo las salas y viendo las imágenes. El autoretrato de un Renoir joven, me trajo a la mente que la memoria no son más que imágenes interiores congeladas en el tiempo o recreaciones de lo que creímos que fue a partir de nuestra propia percepción del instante vivido fijado por las emociones que nos produjeron. Y ese Renoir joven, con su sombrero y su barba, me observaba desafiando el tiempo mientras yo lo observaba a él como si en realidad estuviera ahí y no fuera, simplemente, el eterno reflejo del interminable juego de la memoria. Vi fotografías en una sala acondicionada ala manera de un cafetín de la época, de esa Belle Epoque lejana y al mismo tiempo cercana para mi imaginación. Me encantó la recreación de la atmósfera y como el público participaba en esa dinámica suscitada por la recreación de un ambiente que para todos implicaba significados diferentes. En mi caso, era un viaje a un pasado que yo convertía en presente cada vez que fijaba mi vista en una fotografía. No tengo que reiterar cuanto disfruté la vista, ni tampoco cuantos recuerdos me trajo. Hoy estuve un instante en el Museo de d´Orsay y me sentí, de nuevo, inmersa en un espacio-tiempo particular que es el que alimenta a mis sueños.
El día de hoy, retomó esta página para comentarte que inauguré este 2013 con una vista al Museo Nacional de Arte -MUNAL- que se encuentra en la calle de Tacuba ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El edificio actual en donde se encuentra el museo, data de la primera década del siglo XX y fue concebido, originalmente, como un palacio dedicado a las comunicaciones de la época -principalmente, el telégrafo-. En el siglo XIX, en ese mismo predio, se albergó el Hospital de San Andrés que colindaba con el primer cementerio civil que tuvo la Ciudad de México y que se le nombró de Santa Paula. Pero esa es otra historia que quizá cuente en alguna página futura de este álbum. Hoy regresé al MUNAL porque, después de todo, no podía hacerme oídos sordos ante la "invitación" que se me había extendido de conocer algunas de las obras que tienen por hogar el famoso Museo d´Orsay, en París. Manet, Monet, Renoir, Rodin, Gauguin y fotógrafos como Félix Nadar o los celebérrimos hermanos Lumiere, fueron mis anfitriones, por un instante, mientras yo deambulaba viendo las imágenes de la exposición. Para mi deleite, no hubo tanto público como en otras y pude ir y venir a mi gusto y sabor por las salas mientras yo misma tomaba fotografías con la cámara de mi teléfono celular. Tal vez, lo más destacado de la exposición, fue un Gauguin que he visto reproducido en cantidad de libros de arte y que me hizo reflexionar sobre el hecho de que yo también tengo pendiente una escapada a mi Tahití personal en busca de mi propio destino y de que éste llegará, sin duda, porque nadie puede escapar de sus proyecciones hacia el futuro o, lo que es lo mismo: nadie puede dejar de ser lo que desea ser desde que tuvo uso de razón para empezar a diseñar su vida. Así pues, después de un conflictivo diciembre que me dejó un amargo sabor de boca, estar frente a un Gauguin real, me hizo pensar que, finalmente, yo también podré tener la oportunidad de abandonar algún día el escritorio de mi oficina para irme a concretar unos sueños que aun no son lo suficientemente maduros como para arrastrarme en pos de ellos. Pero, sé que madurarán y se concretarán para hacerme feliz. Gauguin, hoy, me dio ese mensaje: que no ceje, que no me desespere, que no me sienta miserablemente atada a mis circunstancias actuales como si nunca fueran a cambiar cuando la vida es precisamente eso, cambio y mutabilidad. Y puedo decir que lo sentí cuando seguí recorriendo las salas y viendo las imágenes. El autoretrato de un Renoir joven, me trajo a la mente que la memoria no son más que imágenes interiores congeladas en el tiempo o recreaciones de lo que creímos que fue a partir de nuestra propia percepción del instante vivido fijado por las emociones que nos produjeron. Y ese Renoir joven, con su sombrero y su barba, me observaba desafiando el tiempo mientras yo lo observaba a él como si en realidad estuviera ahí y no fuera, simplemente, el eterno reflejo del interminable juego de la memoria. Vi fotografías en una sala acondicionada ala manera de un cafetín de la época, de esa Belle Epoque lejana y al mismo tiempo cercana para mi imaginación. Me encantó la recreación de la atmósfera y como el público participaba en esa dinámica suscitada por la recreación de un ambiente que para todos implicaba significados diferentes. En mi caso, era un viaje a un pasado que yo convertía en presente cada vez que fijaba mi vista en una fotografía. No tengo que reiterar cuanto disfruté la vista, ni tampoco cuantos recuerdos me trajo. Hoy estuve un instante en el Museo de d´Orsay y me sentí, de nuevo, inmersa en un espacio-tiempo particular que es el que alimenta a mis sueños.
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