Página treinta y dos: Una casita de muñecas
Mi querído y siempre presente lector:
Tengo ganas de escribir y quiero hacerlo sobre algo que, hasta el día de hoy, permanece como un sueño aun no logrado. Me remontaré hasta los días de mi infancia para inciar esta entrada con la siguiente afirmación: siempre fuí una niña de muñecas. Sí, recuerdo los días en que, esas muñecas eran para mí mis hijas y mis compañeras, preludio inevitable de una maternidad que nunca se concreto y simbolo de una infancia que alargué durante mucho, mucho tiempo. Las muñecas fueron vehículos mágicos que me introdujeron, no solo al mundo de mis fantasías y sueños, sino al mundo de la historia y, por supuesto, a la proyección de mi propio futuro en el interior de mi mente. Si te digo que nunca me imaginé dejándolas, mi estimado lector, tal vez no me creas; pero, así fue y, aunque perdí a las que me acompañaron durante mi infancia, las sigo llevando en el recuerdo. Por una muñeca vestida de Primera Comunión, dejé de chuparme el dedo. A mi Dulcita, que me la compraron a los dos años y medio para que me la trajeran los Reyes Magos, le celebré sus quince años junto a mí; aunque finalmente se quedó en una bodega colombiana esperando un embarque que nunca llegó. Pude haber tenido una muñeca de pocelana de 1907, pero yo quería otra, también de porcelana, de la década de 1920 que era más cara, y así, renuncié a ambas por no haberme quedado con la primera. Las muñecas antiguas, son mi adoración y hoy, que ya soy adulta, me encantaría poderme hacer con una de aquellos años de principios del siglo XX, como la que rechacé. Por supuesto, no tengo suficiente dinero como adquirirla, así que em conformo con verlas en las tiendas de antigüedades o en las imágenes que tan generosamente pueblan la red. Pero, no solo las muñecas me siguen gustando. Hay en concreto un juguete que sigue siendo para mí el sueño de todos los sueños: la casita de muñecas. La primera vez que jugué con una, pertenecía a una vecinita -que por cierto era sueca-, cuando yo tenía seis o siete años. Iba a su casa a jugar con la bendita casa y se me iban las horas inventando historias para mover a los muñecos de una a otra habitación. Después, cuando ya pasaba de los diez años, le pedí a Papá Noel varios "sets" maravillosos de comedor, recamara y baño que no incluía ningún muñeco. Mi Barbíe era demasiado grande para esos "sets"; pero, no así los muñecos de acción articulados de mis hermanos que se llamaban "Madelman". Así que les quitaba el uniforme de soldados que traían, me deshacía de sus botas militares, y los vestía con los vestiditos de mis muñecas y jugaba con ellos dentro de los "sets" tratando de olvidarme que eran "madelmans". Eso fue lo más cercano a una casita de muñecas que pude tener entonces.
Hoy por hoy, sigo embobándome con las casitas de muñecas y, más aun, cuando la gente que las trabaja para venderlas como verdaderas obras de arte en miniatura, las muestra por la red. Conozco a alguien que desarrolla ese trabajo con cuidado y muy cercano a la perfección, se llama Pedrete Trigos y vive cerca de Sevilla en un lugar llamado Estepa. No, no lo conozco en persona pero he visto en la red lo que es capaz de hacer a través de las fotos que sube en su blog llamado "Hoy puede ser un gran día" y también en su Facebook. Foto tras foto, va mostrando la manera en que es capaz de darle auténtica vida a esos espacios minúsculos que son las llamadas "escenas" dentro del mundo de las miniaturas. Y cada vez que concluye alguna de sus creaciones, recuerdo aquellos dos cuadritos que teníamos en casa, cuando yo era niña, que mostraban una cocina de "masia catalana", con todos sus detalles, y que me hacía soñar, precisamente, con esa casita de muñecas que llevo guardada en el alma desde siempre y que todavía no llega a mi vida. Conocer la obra de Pedrete Trigos, fue darle un nuevo impulso a ese sueño al pensar que, tal vez, no esté tan lejos el día que pueda hacerme con mi anhelada casita de muñecas, aunque sé, que no es un sueño económico puesto que aquí, en México, depende de la complejidad de la estructura de las casas de muñecas -que son prácticamente todas originarias de Estados Unidos- su valor oscila entre los 2,000 a más de 10,000 pesos - de 150 a 1,000 dólares americanos aproximadamente- y, apartir de aquí, debe invertirse unos cuantos cientos o miles de pesos más en "vestirla" y "ajuarearla" convenientemente para dejarla como una casita victoriana a escala. ¡Ah! y después, conseguirte a la familia que habitará ese espacio para poder jugar con ellos. Un sueño caro, sin duda, y no tan fácil de conseguir. Claro que no dejaré de quitar el dedo del renglón, aunque tenga que esperar algunos años más para darle vida a ese sueño infantil que no me abandona.
Ya regresaré en otra ocasión , lector mío, para irte desgranando más anécdotas, sueños, esperanzas y anhelos relacionados con aficiones y mi gusto por el pasado.
Tengo ganas de escribir y quiero hacerlo sobre algo que, hasta el día de hoy, permanece como un sueño aun no logrado. Me remontaré hasta los días de mi infancia para inciar esta entrada con la siguiente afirmación: siempre fuí una niña de muñecas. Sí, recuerdo los días en que, esas muñecas eran para mí mis hijas y mis compañeras, preludio inevitable de una maternidad que nunca se concreto y simbolo de una infancia que alargué durante mucho, mucho tiempo. Las muñecas fueron vehículos mágicos que me introdujeron, no solo al mundo de mis fantasías y sueños, sino al mundo de la historia y, por supuesto, a la proyección de mi propio futuro en el interior de mi mente. Si te digo que nunca me imaginé dejándolas, mi estimado lector, tal vez no me creas; pero, así fue y, aunque perdí a las que me acompañaron durante mi infancia, las sigo llevando en el recuerdo. Por una muñeca vestida de Primera Comunión, dejé de chuparme el dedo. A mi Dulcita, que me la compraron a los dos años y medio para que me la trajeran los Reyes Magos, le celebré sus quince años junto a mí; aunque finalmente se quedó en una bodega colombiana esperando un embarque que nunca llegó. Pude haber tenido una muñeca de pocelana de 1907, pero yo quería otra, también de porcelana, de la década de 1920 que era más cara, y así, renuncié a ambas por no haberme quedado con la primera. Las muñecas antiguas, son mi adoración y hoy, que ya soy adulta, me encantaría poderme hacer con una de aquellos años de principios del siglo XX, como la que rechacé. Por supuesto, no tengo suficiente dinero como adquirirla, así que em conformo con verlas en las tiendas de antigüedades o en las imágenes que tan generosamente pueblan la red. Pero, no solo las muñecas me siguen gustando. Hay en concreto un juguete que sigue siendo para mí el sueño de todos los sueños: la casita de muñecas. La primera vez que jugué con una, pertenecía a una vecinita -que por cierto era sueca-, cuando yo tenía seis o siete años. Iba a su casa a jugar con la bendita casa y se me iban las horas inventando historias para mover a los muñecos de una a otra habitación. Después, cuando ya pasaba de los diez años, le pedí a Papá Noel varios "sets" maravillosos de comedor, recamara y baño que no incluía ningún muñeco. Mi Barbíe era demasiado grande para esos "sets"; pero, no así los muñecos de acción articulados de mis hermanos que se llamaban "Madelman". Así que les quitaba el uniforme de soldados que traían, me deshacía de sus botas militares, y los vestía con los vestiditos de mis muñecas y jugaba con ellos dentro de los "sets" tratando de olvidarme que eran "madelmans". Eso fue lo más cercano a una casita de muñecas que pude tener entonces.
Hoy por hoy, sigo embobándome con las casitas de muñecas y, más aun, cuando la gente que las trabaja para venderlas como verdaderas obras de arte en miniatura, las muestra por la red. Conozco a alguien que desarrolla ese trabajo con cuidado y muy cercano a la perfección, se llama Pedrete Trigos y vive cerca de Sevilla en un lugar llamado Estepa. No, no lo conozco en persona pero he visto en la red lo que es capaz de hacer a través de las fotos que sube en su blog llamado "Hoy puede ser un gran día" y también en su Facebook. Foto tras foto, va mostrando la manera en que es capaz de darle auténtica vida a esos espacios minúsculos que son las llamadas "escenas" dentro del mundo de las miniaturas. Y cada vez que concluye alguna de sus creaciones, recuerdo aquellos dos cuadritos que teníamos en casa, cuando yo era niña, que mostraban una cocina de "masia catalana", con todos sus detalles, y que me hacía soñar, precisamente, con esa casita de muñecas que llevo guardada en el alma desde siempre y que todavía no llega a mi vida. Conocer la obra de Pedrete Trigos, fue darle un nuevo impulso a ese sueño al pensar que, tal vez, no esté tan lejos el día que pueda hacerme con mi anhelada casita de muñecas, aunque sé, que no es un sueño económico puesto que aquí, en México, depende de la complejidad de la estructura de las casas de muñecas -que son prácticamente todas originarias de Estados Unidos- su valor oscila entre los 2,000 a más de 10,000 pesos - de 150 a 1,000 dólares americanos aproximadamente- y, apartir de aquí, debe invertirse unos cuantos cientos o miles de pesos más en "vestirla" y "ajuarearla" convenientemente para dejarla como una casita victoriana a escala. ¡Ah! y después, conseguirte a la familia que habitará ese espacio para poder jugar con ellos. Un sueño caro, sin duda, y no tan fácil de conseguir. Claro que no dejaré de quitar el dedo del renglón, aunque tenga que esperar algunos años más para darle vida a ese sueño infantil que no me abandona.
Ya regresaré en otra ocasión , lector mío, para irte desgranando más anécdotas, sueños, esperanzas y anhelos relacionados con aficiones y mi gusto por el pasado.
Comentarios
Las casitas de muñeca son preciosas pero sí, en efecto, bastante "cariñosas." Yo una vez quedé enamorada de una casa estilo victoriano (¿Qué hay otro estilo? jajajaja) que vendía Playmobil y estuve a punto de comprarla pero no venía amueblada y conseguir las piezas era un problemón porque no existían los servicios de venta de cosas por internet. En fin, que un día en el Corte Inglés que me encuentro con todos los muebles para la casita. Vaya tristeza que me dio porque no podía ni comprar ni cargar con eso. En fin. Algún día tendremos nuestra casita de muñecas ^^ Un beso, Madrina!
Menuda sorpresa acabo de llevarme con esta entrada, no tenía ni idea de que hubieras escrito algo tan tierno. Somos muchos los adultos que sentimos esta afición desde nuestra infancia. La mayoría ha sido en la edad adulta cuando hemos visto realizado nuestro sueño de tener una casa de muñecas. Aunque también es cierto, que esta afición comenzó siendo cosa de adultos, no de niños. Las casas de muñecas destinadas al público infantil, datan del siglo XIX, y esta afición se remonta a comienzos del siglo XVI.
Quizás no esté tan lejos el día en que puedas disfrutar de una casa de muñecas o al menos de una pequeña escena donde coleccionar miniaturas.
¡Un besazo enorme, mi querida Carmen!