Página treinta y tres: El 5 de mayo de 1862 o de como el pez chico se comió al grande
Mi siempre paciente lector:
Hoy de nuevo fuí al cine para ver una película que ha dejado sentimientos encontrados dentro de mi. ¿Por qué?, porque no sé como hincarle el diente a esta crítica o por donde empezar a jalar la punta de ese hilo que se me escapa en estos momentos. Tal vez tendría que echar mano de la paráfrasis de una socorrida expresión mexicana que fue acuñada por un expresidente en sus años de poder: la película no es buena, ni mala, sino todo lo contrario. Y en efecto, una vez más me enfrente al hecho del daño que la historia oficial ha hecho en las jóvenes mentes de todas esas generaciones de mexicanos que han sido. México, aunque me duela reconocerlo, narra su historia a partir de ese discurso literario que se ha nutrido extensamente con el imaginario colectivo que poco o nada tiene que ver con la verdadera historia. Configuran a sus héroes a partir de la emoción y del acartonado respeto oficial que los vuelve seres monóliticos de un granito indestructible. Estatuas irreales que sirven al propósito oficial de hacer, de la Historia de México, un refente tan incombatible como subjetivo. Toda historia oficial, en todos los países, sirven a un discutible principio de legitimidad de tal o cual propósito, no siempre siempre claro y mucho menos legítimo, en donde la obejtividad del estudio de los hechos no es precisamente el fin primero del estudio histórico en cuestión. Y esta película demuestra eso, aunado al hecho de que, un trabajo de este tipo va destinado a un público al que, lo que menos le interesa, es que le cuenten lo que ya saben de la misma manera en que se lo hicieron aprender vagamente en la escuela. Y entonces, ¿qué es lo que se puede hacer para avivar el deslucido interés que existe por lo sucesos del 5 de mayo de 1862? Muy sencillo, primero se convencen a las autoridades politicas del Estado de Puebla que aporten el capital necesario para hacer una superproducción a niveles de la filmografía épica de Hollywood. En segundo lugar, se siguen todo los cánones de esas películas históricas que tantos millones han recaudado en las taquillas de todo el mundo. Y, en tercer, aunque no menos importante lugar, se contrata a toda una serie de actores que, en este caso, aunque no de gran cártel, son la cara bonita de la recreación histórica sobre la pantalla grande. Resultado: una película desigual en cuanto a trama, actuación y, por supuesto, atmósfera histórica.
La trama nos narra, de una manera sucinta y poco clara, los antecedentes de la gran batalla que se llevó a cabo en Puebla el 5 de mayo de 1862 en donde un heterogéneo ejército mexicano compuesto por oficiales de carrera, soldados de leva y un grupo de indígenas de los pueblos circundantes a la ciudad de Puebla, se defendió frente al ejército francés que venía a imponer en México a un monarca de origen extranjero por la necesidad que tenía el emperador Napoleón III de contener el ansia expansionista de los Estados Unidos sobre el continente americano. Si lo hubieran explicado así, la narración hubiera resultado más digna, sin duda pero, como la película es un pequeño engendro de pretensiones festivaleras, se decidió hacer de la película un grito nacionalista que roza en lo fascistoide sin olvidar ese toque melodramátcio que tanto aprecia el público mexicano en las películas de este tipo. Así pues se nos dice que, en realidad, el ejercito francés quería abrirse paso por México para llegar al sur de Estados Unidos y apoyar a los Estados Confederados que luchaban, en aquellos momentos, contra el ejército de los Estados del Norte en una cruenta guerra civil. Una vez cambiado el verdadero objetivo de Napoleón III, la película se empatana con una floja historia de amor entre un soldado y una muchacha de las que acompañaban a la tropa para servirla durante los desplazamientos y concluye con una batalla cuya narración visual, tratando de ser vanguardista, acaba provocando dolor de ojos ya que, la cámara se mueve tanto, que no permite distinguir con claridad lo que en verdad está ocurriendo.
Respecto a la recreación de los personajes históricos, ciertamente hay poco que comentar. El conde de Lorencez queda reducido a una especie de "rock star" del ejército francés, con todo y su melena anacrónica. Hay que recordar que es el antagonista de un Zaragoza contenido y poco marcial encarnado por un actor de telenovelas que ya casi no aparece en la televisión llamado Kuno Becker y al que vence sin mucho esfuerzo en este dudoso duelo de actuaciones. El conde de Reus, Don Juan Prim, hacedor de reyes y esposo de una mexicana, se parece más a Hernán Cortés que a este político y militar español que fue la cabeza negociadora de las fuerzas de la Triple Alianza con el gobierno liberal de Juárez. Tan se parecía a Hernán Cortés que decidieron ponerle al cinto una espada toledana del siglo XVI, a juzgar por la empuñadura de la misma. Porfirio Díaz, el verdadero héroe militar de la historia mexicana de ese conflictivo periodo, se nos muestra como un deslucido subalterno de Zaragoza encarnado en un actor que no sé preocupó por proyectar ese carácter que tanto preocupó a quienes conocieron a Porfirio Díaz entonces ya que los llevó a intuir su madera de estadista dictatorial.
Ciertamente, no es la primera vez que en México se nos narra la historia, o un acontecimiento histórico, desde la ficción. En el pasado, las telenovelas de Televisa lo hicieron con mucho éxito durante las décadas de 1960, 1970 y 1980 y, aun más atrás, durante el siglo XIX, autores como el general Vicente Riva Palacio y Guerrero, abrieron el camino del melodrama histórico mexicano con un respetable éxito. Sin embargo, esta película adolece de lo que aquellas series televisivas tuvieron en su momento: una cierta pericia en la exposición visual de los hechos que atrapaba, de cierta manera, la atención del espectador. Eran otros tiempo y otros narradores de historias, concuerdo en ello; pero, como espectadora me duele que ese "toque" para emocionarnos se haya practicamente perdido en este tipo de películas épicas. Puedo decir, sin rubor, que la única parte que me provocó algún tipo de emoción, fue la escena en donde se recrea el campamento méxicano antes de la batalla -con todo y sus canción sentimental que bien podría haber sido un bambuco colombiano-. De resto, ¡nada!, solo aburrimiento. Y bueno, antes de concluir con mis impresiones acerca de este otro fiasco sobre el cine historico nacional, solo me resta comentar la reacción del público ante la arenga del general Zaragoza antes de la batalla ya que, sin dudar un ápice de que haya sido basada en la arenga real, contiene muchos elementos destinados a calar, en lo más profundo, dentro del ánimo actual del pueblo mexicano. Los gritos en la sala completando el discurso de la pantalla, me reveló lo que provocó en el público esta película: la exposición de un nacionalismo convencional y anacrónico destinado a que se grite: "¡Viva México, cabrones!" como expresión completa de lo que significa ser mexicano.
Hasta la próxima, lector mío.
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Olatz