Página Treinta y cuatro: Los "gazapos" de Chapultepec
Mi muy querido y siempre bien recordado lector:
Fíjate que hoy me siento un poco picada en mi amor propio por un asunto de trajes que tiene que ver con el Museo Nacional de Historia de Chapultepec. Voy a serte sincera, no quiero agredir a nadie y menos aun cuando se trata de gente que sabe de que está hablando porque es una experta en el tema. Ciertamente, me quito el sombrero ante la restauradora de textiles del museo ya que se es la que se encarga de que los trajes que se encuentran en el acervo luzcan impecables y muy bien conservados. ¿Hay piezas auténticas en el Museo Nacional de Historia? Ciertamente si las hay y en abundancia. Hay "gazapos" en sus bodegas, no dudo que existan alguno que otro; es más, puedo declarar sin empacho que sí, que no todo es absolutamente histórico y eso sucede hasta en la mejores colecciones, créeme. Pero, no voy a meterme con lo que pudieran ser los "gazapos" de su acervo, me voy a meter, directamente, con aquellos que exhiben las piezas catalogándolas mal y haciendo alarde de ignorancia. Puedo hablar de muchas cosas que están frescas en mi memoria pues suelo recorrer las salas del Castillo cuatro veces al año. La llamada recámara de Carlota no perteneció a la infausta emperatriz, ni se encontraba ubicada en esa zona específica de la estructura arquitectónica. La susodicha recámara está compuesta por muebles lacados pertenecientes al estilo Segundo Imperio Francés con los que quisieron darle una atmósfera adecuada a la museografía. Y si, esos muebles pueden ser originales de la década de 1860 pero no eran los muebles de la verdadera recámara de Carlota ya que esos se embarcaron rumbo a Europa cuando llegó la debacle del Imperio en México. Ni que decir tiene que la cama que actualmente se exhibe es otro "pastiche" para darle verosimilitud a un "atrezzo" hecho con la única intención de satisfacer el morbo histórico de los visitantes.
Dicen que sus bodegas están repletas de objetos históricos celosamente custodiados y que, cuando la ocasión así lo amerita, salen fugazmente de las bodegas para exhibirse durante una corta temporada en alguna exposición temporal. Me consta que es así y que hay objetos que no vuelven a salir de las bodegas en muchos, muchos años. Por ejemplo, los trajes. Siempre he sufrido la forma tan poco atractiva que tienen de exhibirlos y en ocasiones no he podido menos que conmocionarme antes los garrafales errores que cometen las personas que los montan sobre los maniquíes pues demuestran tener muy poca noción de como deberían de verse cuando fueron usados por sus dueños en el pasado. Y ni que decir tiene los errores de catalogación que los acompañan en esas cédulas que el público lee y que los estudiantes copían con absoluta devoción. ¿De que sirve entonces, me pregunto, tener una gran colección de trajes embodegados si cuando los exhiben no logran la forma apetecible de una pieza auténtica? Me da mucho dolor eso pues como público -y voy a presumir aunque esté mal que lo haga- respetablemente conocedor sufro cuando me enfrento a esos desaguisados visuales. El Castillo de Chapultepec podrá tener expertos restauradores pero dudo que tenga expertos conocedores de la Historia de la Moda. Aunque, no voy a ser tan radical cuando he de reconocer que también he visto avances en ese rubro, pocos pero aun así, algo es algo. Yo sigo enfadada con su museógrafo que es capaz de cometer salvajadas como poner una capelo-vitrina frente al espectacular espejo del siglo XIX que ocupa casi toda una pared para proteger dos trajes y un sofá obstaculizando el deleite de poder reflejarte en ese enorme espejo. Antes, hace unos años, lo que se exhibía frente a ese espejo estaba en completa libertad haciendo que la atmósfera fuera aun más auténtica pero hoy, poco a poco, los objetos que se exhiben se encuentran "secuestrados" dentro de vitrinas que, en algunos casos, le hacen muy poca justicia a lo que allí se exhibe. Chapultepec, mi Chapultepec, se ha ido convirtiendo en un lugar poco atractivo para empaparse de la Historia que a duras penas rezuma y trasmite. Cuando lo pise por primera vez a finales de 1983, aun podía uno asomarse a la terraza del álcazar sin que mediara ningún vidrio coartando la libertad del acucioso paseo. Después, pusieron vidrios frente a las habitaciones de la terraza de abajo. Ahora se te indica hacia donde dirigir tus pasos para que no causes confusión al resto de los visitantes. Chapultepec, mi Chapultepec, tan remozado y continuamente alterado, sigue siendo un espacio vivo aunque se empeñen en lo contrario. Y no, no está vivo por la cantidad de espectáculos que en él se presentan o por la cantidad de grabaciones que se han hecho en él; está vivo por lo que sigue representando para el pueblo de México que lo muestra con orgullo a los vistantes de otras partes del mundo a pesar de que en su interior no todo sea como se presume ser.
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¿Quién sabe?