Página treinta y ocho: Una visita al Madrid de Francisco Santos
Mi muy querido y siempre bien recordado lector:
Regreso a estas páginas para hablarte de mi última lectura inaugurando así una nueva época de este espacio dedicado a mis gustos y aficiones al que decidí liberar de toda traba para que se ajuste a mis nuevas necesidades de expresión. Si, para darle más vida a este entrañable rincón de mi álbum, he decidido que debería de abrir una ventana, si no es que varias, a mis gustos y placeres, tanto intelectuales como emocionales, que van más allá del breve lapso que se encuentra entre 1789 y 1914 ya que, si pretendo mostrarte las diversas páginas de las que se compone mi rico álbum interior, debo hacerlo sin tapujos ni cortapisas transitando por las imágenes que provocan a mi imaginario las lecturas, la música, la moda o las historias de las diversas épocas que me atraen y que tanto disfruto de recrear. Así pues hoy, de la mano de Francisco Santos, un escritor madrileño que vivió y retrató fielmente a su sociedad a través de su pluma, te voy a llevar a conocer el Madrid de 1666 con sus formas y maneras, con su lenguaje y sus preocupaciones. Y bueno, si una página de este álbum no es suficiente, siempre le podremos dedicar las que se consideren necesarias para pintarte de cuerpo entero una sociedad que, no por distante, nos resulta del todo ajena. Y bueno, todo es empezar a entrar en materia.
¿Conoces acaso a éste contemporáneo de Quevedo, Calderón, Lópe y Gracián que te menciono? seguro que ni te suena como a mi no me sonó cuando me tropecé con este ejemplar en una Feria del Libro en plena Plaza Mayor de la Ciudad de México. Iba en busca de lectura, si; pero, de una lectura diferente que atrapara a mi imaginación llevándola de paseo a conocer territorios inexplorados para mi conocimiento y así fue como me tropecé con este Francisco Santos que me llevó de la mano a conocer su Madrid lleno de espadachines, hombres seducidos por las argucias femeninas, academias de mendigos poetas y mujeres virtuosas que ocultaban con pudor sus rostros bajo los mantos y mantillas. Los protagonistas de este mosaico costumbrista del Siglo de Oro son un caballero napolitano llamado Onofre liberado del cautiverio en tierra de moros por los monjes mercedarios y Juanillo, el de la Provincia, natural de Madrid, joven pobre pero honrado, que vivió durante un tiempo de la limosna haciéndose pasar por loco y que, por supuesto, es el mejor guía para mostrarle a Onofre tanto las luces como las sombras de la sociedad que habitaba en la Villa y Corte en aquellos tiempos de crisis y de miseria, así como de pompas cortesanas y gozos espirituales en donde la muerte era presencia inevitable entre ricos y pobres, jóvenes y viejos, honrados y viciosos. Por supuesto, nuestro amigo Santos era un hombre de instrucción esmerada, conocedor de los clásicos, poeta y amigo de la ironía y de moralizar por partes iguales mientras nos trata de convencer que la tierra es un valle de lágrimas, la vida es breve y la muerte llega en un instante por lo que nos conviene estar alertas, morigerar nuestras costumbres y tener la conciencia en paz para cuando la Parca siegue nuestra vida y nos lleve a la presencia del Supremo Juez. Por eso y con ganas de ejemplificar y de hacernos ver que nadie se escapa a esta suerte, nos muestra personajes en actitudes cotidianas que no dejan de ser una advertencia para el buen comportamiento. Solo así nos muestra, por ejemplo, al hombre que pide prestado para agradar a unas mujeres que sin duda viven del galanteo de este tipo de hombres que, teniendo mujer y familia propia, son capaces de perder su hacienda y dejar sin comer a sus hijos por andar detrás de esas mujeres que se aprovechan de estos incautos. Pero, no voy adelantarte vísperas, lector mío, y voy a tratar de ceñirme a un orden que si bien no pretendo estricto, si quiero que sea lo suficientemente ilustrativo como para que tú también veas, a través de los ojos de tu imaginación, lo que yo llegué a vislumbrar a través de los míos.
Empezaré por los vestidos de ricos y pobres, cumpliendo con esto una promesa a un amigo que hoy cumple años y al que quiero regalarle esta página de mi álbum para que la disfrute. Pues bien Pedrete -que tal así se llama y a quien pienso dirigirme desde este momento, caro lector mío, en aras de mi ofrecimiento-, te comento, siguiendo a mi autor que "estos ricos, para el adorno personal, no dejan terciopelo rizo ni liso, felpa, chamelote, tafetán ni raso, que todo lo arrastran y aun inventan otras telas; medias de pelo y de arrugar, las bastantes; zapatos, l,os que sobran; sombreros de castor, más de uno, ropa blanca, mucha, que no hacen otra cosa las doncellas de la casa." Más adelante continúa hablando del pobre comenzando el comparativo que lleve al ejemplo: "Más da de hacer el pobre en su casa (...) Cada noche a menester su mujer dos cuartos de hilo para remendarle el hato; toma la camisa y, más que el verla rota, la aburre y consume no tener remiendos para ella, obligándola la fuerza de la necesidad a cercenar las faldas para acudir al cuerpo; si ase los calzones, que parecen, salpicados de diferentes remiendos, papagayos en muda, los tiene en pie, volviéndolos lo de atrás adelante. Las mangas vestideras, que asidas a un miserable jubón de gamuzas andan, son de fustán, bien parecidas a los calzones en lo trabajoso. La ropilla, sin mangas, que perdidas se han desecho a puras peticiones de los zarigüelles. la capa, muy alcuza, que también ha entrado en las sisas de tantos remiendos como se han ofrecido para socorrer la necesidad del vestido. El sombrero, como los zapatos, que a puro limpiarlos ya no tienen color. Las medias han sido parte para haber hecho a su mujer maestra de coger puntos, y con toda esta miseria se holgaría de tener que comer para él y su mujer". Y ahora, para entender de que hablaba Francisco Santos, inserto un pequeño glosario de aquellas palabras que son más difíciles de entender por lo olvidadas que han quedado en nuestra lengua. empecemos por el "chamelote" que según la RAE define como proveniente de una voz francesa: "chamelot" ya que hace referencia a una tela impermeable hecha de pelo grueso de camello o cabra. Santos habla aquí, al enumerar las telas más frecuentes de la indumentaria masculina de su época, no solo del lujo sino de los recursos que se tenían para crear confecciones que los protegiera de la lluvia, por ejemplo. Respecto a las "medias de pelo y de arrugar", es un recursos literario el que se utiliza aquí para hablar de la lana y de la seda puesto que la lana es pelo de oveja y la seda, mal ceñida y ajustada, termina arrugándose por lo que se refiere a que el rico le sobraban prendas que utilizar en cada estación del año o situación a la que estuviera expuesto. El "castor" era un tejido de lana cuya suavidad y textura semejaba al pelo del animal del que toma su nombre y con él se hacían los sombreros de ala ancha denominados "chambergos" y que fueron tan característicos del periodo, así como faldas u otras prendas ya que no era una tela onerosa ni especialmente lujosa, aunque si ciertamente muy vistosa. Respecto a la "ropa blanca", se refiere con ello a la ropa interior que por la naturaleza de su uso que no las mostraba o las mostraba poco, no solía ser muy tomada en cuenta y, por lo tanto, se consideraba un derroche propio del lujo y del dispendio el tener mucha ropa blanca que a duras penas se utilizaba cuando los cambios de ropa interior no eran muy frecuentes en aquellos tiempos. La "mangas vestideras" eran unas mangas estrechas que, como bien dice el autor, se cosían al jubón y al hablar que son hechas de "fustán", se refiere a una tela gruesa, basta y pesada que era una mezcla de una trama de algodón con urdimbe de lino y que fue muy usada, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, por las clases más humildes y trabajadoras ya que era durable y muy resistente. Los "zarigüelles" es una hierba en forma de espiga que aquí entra a colación hablando de las mangas perdidas de la ropilla porque, de mucho usarla recorriendo los campos, esa espiguilla se ha encargado de hacerlas desaparecer de la propia ropilla. Respecto a la capa muy "alcuza", se refiere a una capa llena de pringue y suciedad que ha ido encogiéndose de tanto que han recurrido a ella para ir remendando otras partes de la indumentaria. Ciertamente, la comparación, un tanto exagerada para ambos extremos de la riqueza dispendiosa y de la pobreza llena de necesidades, no deja de ser un buen ejemplo de lo extremosa que era esa sociedad española cargada de pobreza miserable con casos de escandalosa riqueza que ofendía al decoro de la conciencia del buen cristiano, tal y como presumía ser este Francisco Santos.
Esto es solo una probada, mi querido Pedrete -y también muy querido lector mío- de las golosinas costumbristas con que este autor nos acicatea como lectores para atrapar nuestra curiosidad con la intención de aleccionarnos. En otra ocasión, si gustas y gustan el resto de mis los lectores, seguiré hablándote de estos tipos madrileños del siglo XVII tan mañosos como entrañables. Por hoy, aquí me detengo y te hago la promesa formal de volver sobre esta obra titulada "Día y noche de Madrid", si tal es tu gusto. ¡Feliz cumpleaños, Pedrete, y que la dicha y el gozo te acompañen todos los años de tu vida!
Comentarios
Me han llamado la atención dos detalles sobre la ropa blanca. Uno es el hecho de que se usaran calzones en el siglo XVII, ya que algunos autores afirman que durante esta centuria cayeron en desuso. Otro es que se dieran la vuelta, con lo cual me tira por tierra la teoría de que estuvieran provistos de bragueta.
Me dejas expectante sobre una nueva entrada sobre esta joya de libro que ha caído en tus manos. Por favor, no nos dejes en vilo durante mucho tiempo. Sabes que somos muchos los admiradores de tus ricas palabras.
¡Un besazo enorme, mi queridísima Carmen!
¡Un besote enorme, querida Carmen!