Pagina cuarenta y ocho: El tiempo y yo

     
         Hace como dos años que no escribía en este blog teniéndolo más que abandonado. Me dediqué a escribir en mi blog de Live Journal y confieso que aun lo seguiría haciendo si no fuera porque acaba de ocurrir algo que me impide entrar a él para escribir. Tengo tres espacios personales para escribir en ellos. Uno dedicado a mis interioridades, otro a mi vida diaria y éste en el que trato asuntos de gustos y aficiones. Curiosamente el tema que quiero tratar hoy no es de gustos y aficiones, aunque sin duda los toca tangencialmente. El tema de hoy es uno de esos temas que tienen que ver más con mi laberinto interior que con lo que hago para sentirme a gusto conmigo misma y mi vida. Hace casi dos meses cumplí 59 años y empecé a vivir mis 60. Por eso titulé esta página: El tiempo y yo y por eso, también, no la inicié como suelo iniciar las páginas de este álbum. ¿Qué es el tiempo? Una invención humana, me dirán muchos y si, lo es pero también es una herramienta indispensable para medir a la vida, cualquier vida. El tiempo tiene su importancia en el desarrollo de diversas teorías físicas, como la de la Relatividad formulada por Albert Einstein, por ejemplo. Y tiene muchísima importancia cuando lo aplicas en el momento en que relatas tus experiencias y sus sucesos. El tiempo pasa, esos es alga que nadie puede negar ya que las horas se convierten en días y los días en años. El tiempo pasa, si, y cuando eso sucede uno crece, envejece y muere. Y, hasta el día de hoy, nadie ha podido detener el flujo constante de ese río al que llamamos vida. La única manera de instalarte en la juventud es muriendo joven, no conozco otra manera de conservarse eternamente joven en el recuerdo de los otros. Pero, no, no seguiré hablando de la muerte, ya que ese no es el tema; hablaré del tiempo y de mi relación con él. Primero, una confesión: desde niña he visto siempre hacia el futuro y he depositado mis esperanzas de una vida mejor en ese tiempo que nunca llega. Así es, me engolosiné con la Historia y las narraciones que tienen que ver con el pasado pero más como un ejercicio de imaginación en que las volvía mi futuro. Si, cuando me instalé en la pubertad empecé a contarme historias en las que yo era la protagonista viviendo ese pasado histórico como si fuera mi presente y mi futuro. Realmente deseaba que existiera la posibilidad de poder viajar al pasado para poder irme a instalar a cualquiera de mis épocas favoritas y así poder relacionarme y convivir con los personajes históricos que me seducían por algún motivo. Esa fue la razón por la que a los 12 años definí mi vocación de historiadora, porque la contemporaneidad no me atraía lo suficiente como para sentirme parte de ella. Sí, vivía en otro mundo y en otro tiempo.

        Pero, tener 12 años, y después 20, y más tarde 30, y aun 40, no me hicieron sentir que el tiempo iba desapareciendo de mi futuro. Cada vez tenía menos tiempo hacia delante pero no lo sentí con precisión hasta que cruce la frontera de los 50. Ese fue el momento en que me percaté de que, en efecto, empezaba a tener cada vez menos tiempo frente a mi y mucho más tiempo a mis espaldas. Si, la década de los cincuenta ha sido el momento en que me percaté y asumí que tenía ya un pasado compuesto por cinco décadas de vida en las que no había hecho otra cosa más que imaginar y soñar una vida diferente en tiempos diferentes con gente inventada por mí, es cierto, pero a partir de la lectura de muchos libros y la visión de muchas series de televisión y películas de cine. ¿Me arrepentí de haber vivido así?, no, fue tan placentero como creativo, aunque nunca lograse darle una vida concreta a esos sueños. No importaba, yo lo había decidido y eso es lo que realmente importaba. ¿Qué pasó entonces durante los cincuenta? En primera instancia dejé de ser fértil físicamente a los 52; después..., nada fue igual. Me detuve como nunca me había detenido en mi vida, o tal vez de lo que tomé conciencia fue de que ya no tenía sentido seguir viviendo así y todo lo que yo había construido para mi misma hasta ese momento, se vino de repente al piso sin que yo logrará construir nada nuevo. No, nada me salía, nada y así fue como mi vida se convirtió en un yermo al no sabía como revitalizar o reconstituir. Me sentía vieja, muy vieja para volver a utilizar la técnica de la huida imaginativa. Lo intenté y no pude, no pude contarme historias como las que me contaba años atrás. Era demasiado vieja para volver a ser la púber que necesitaba soñar con su propia vida.

        En estos años después de los 52, he ido perdiendo, poco a poco, aquello que le daba sentido a mi vida de antes pero, lo peor del caso es que, a estas alturas no he sabido aun como reconstituirme, como rehacerme, como resucitarme del proceso de la cincuentena que es el que te ubica en un nuevo aquí y en un nuevo ahora. Es un proceso que te habla de que la vida sigue siendo vida pero ya no es, ni puede ser la que era. Un proceso que te empuja a redefinirte y a buscar un nuevo camino que te revitalice al interior de tu nueva realidad. Y aquí estoy, viviendo mi año número 60 mientras trato de hacer de mi presente la única opción de tiempo posible a través de implementar decisiones largamente meditadas. ¿Qué me espera en el futuro?, no lo sé y estoy trabajando también en el "no me importa". De momento no hay planes porque las desilusiones pesan y también cuestan. De momento quiero que mi vida fluya igual que un río, eliminando expectativas que nos anclan penosamente al fondo y no nos dejan fluir. De momento no quiero condolerme por lo que perdí, ni angustiarme por lo que nunca llegará. De momento quiero paz y tranquilidad para mi alma, para poder sentirme a gusto con la persona en la que finalmente me he convertido. Sé que, poco a poco, el camino se irá definiendo y, con él, el resto de mi vida. Y no dudo que entonces pueda recuperar lo que realmente ha sido valioso para mí desde que tuve uso de razón. Mientras, solo fluiré y trataré de disfrutar del viaje.

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