Página cuarenta y nueve: La Historia y yo

       



     
     Es agradable regresar sobre nuestros propios pasos para volver a ve r la estela que vamos dejando en el proceloso oceáno de la red. Esas pequeñas piedras que dejamos sobre el camino para indicar que, en algún momento, estuvimos ahí. ¿Por qué ya no inicio como iniciaba cada una de las páginas de este álbum de anécdotas?, porque no espero que todavía haya sobre él miradas curiosas tratando de desentrañar mi mensaje. Tal vez es hora de redirigir la ruta y, aunque hable de lo mismo, de lo siempre, de mis temas favoritos, es hora de marcar el incio de una nueva etapa para mí y, por lo mismo, al ser nueva, manifestarla de otra manera, de la manera que me sea más natural y fluida. Quiero seguir hablando aquí de lo que me apasiona, por supuesto, y quiero hacerlo desde quien soy ahora, en este punto exacto del camino, mi camino. Y bueno, ha sido una década larga. Larga y pesada, tengo que reconocerlo. Una década en la que me perdí y tuve que aprender a reconocerme de nuevo. Una década de transformación a la que ingresé con mucho miedo y de la que estoy saliendo como nunca imaginé que lograría hacerlo. No, no soy completamente otra pero soy lo suficientemente diferente como para no poder reconocerme frente al espejo de mis recuerdos. Y si, hay nuevos intereses, nuevos descubrimientos y un enorme cansancio después de haber estado luchando contra lo inevitable sin ningún éxito, por lo que se puede deducir de lo anteriormente expresado. Hoy siento, percibo que estoy iniciando un nuevo camino, un camino que espero que me lleve a poder manifestarme con libertad y a favor de esa nueva persona que está en el alba de una nueva etapa de vida. Y no quiero añadir más al respecto porque este no es el espacio idóneo para hablar de esas cosas (quien quiera leerme hablando de asuntos más personales e íntimos acuda a las páginas vituales de mi Laberinto en LiveJournal). Porque, si regresé a Blogspot fue para hablar de Historia; si, así, con mayúscula.

      Todo aquel que me conoce sabe que, desde que yo tenía doce años, mi sueño fue ser historiadora y no cualquier historiadora, historiadora del mundo antiguo, en concreto de la Roma imperial. Primero, al preguntarme que quería ser titubeé entre decantarme por la ciencia o las humanidades pero pronto, una serie de factores me llevaron a preferir la arqueología, la egiptología y, finalmente, la historia del mundo antiguo. ¿Por qué realicé ese periplo intelectual dentro de un mundo orientado cada vez más a la técnica y a las ciencias?, lo hice porque desde niña me gustó el oficio del narrador de historias, del tejedor de momentos puntuales o extensos que tenían que ver con el devenir humano.  Si, desde niña estaba hechizada con la palabra hablada y, aun más, con la palabra escrita que siempre se me hizo mágica porque parecía contener todo lo que yo ansiaba aprender y descubrir. Así fue como empecé a transitar por el mundo del conocimiento a través de la lectura. No, no voy a presumir de precoz porque no lo fuí. Fuí una niña muy imaginativa que necesitaba alimentar esa imaginación y muy pronto descubrí como hacerlo llegando a la pubertad. El contacto con la realidad era necesario si yo quería que mi mundo fue un mundo vivo y lleno de colores para poder alimentarme de él y vivirlo como si fuera la realidad misma. Por eso leía, por eso escuchaba a los adultos contar sus experiencias. Aprendía de segunda mano, si; pero aprendía a través de los otros y así fue como poco a poco fuí yo también incluyéndome temerosa en la realidad que no podía controlar. Me prometí a mi misma nunca arrepentirme de lo vivido y tomé mis precauciones para no hacerlo. Por supuesto, fuí extrema como cualquier persona joven. Extrema en la manera en que enjuiciaba los hechos, extrema en el orden asumido dentro de mi vida hasta que empecé a vivir experiencias que me enseñaron que el mejor camino era la flexibilidad y el no ser tan duro con uno mismo. Permití que los otros hicieran lo que les diera su regalada gana pero yo no me permití lo mismo porque podía arrepentirme y eso no estaba dentro del "script" de mi vida. Y así fue como llegué al punto que ahora estoy. Seguiré hablando de lo que yo me había propuesto hacer con mi desarrollo intelectual. Ser historiadora del mundo antiguo, de la Roma imperial. Todo fue bien hasta que llegué a México, ahí la vida tenía otros planes para mí, planes con respecto a quien era realmente yo. No, no pude convertirme en una historiadora con un título académico que avalara todos los años de estudios teóricos acerca de la disciplina que, mal que bien, logré acumular. Tampoco logré desarrollar mi tendencia a la narración escrita que tantas horas de mi vida había ocupado desde que tuve trece años. Solo me dediqué a acumular conocimientos, datos, fuentes por si algún día me servían para la gran obra que, según yo, iba concretar en mi futuro. Ese iba a ser el vestigio de mi paso por este mundo. Pero nunca, hasta ahora, he podido concretar nada que dejar como muestra del alcance de mi potencial creativo. No, no me decidí a hacerlo porque siempre dudé sobre si realmente sería capaz de lograr eso que tanto me había atraído desde que era niña: narrar, contar historias, historias de ficción y no ficción porque aun  no me decidía con respecto al camino que tomar. 

     Si, a pesar de mi formación universitaria, de toda la teoría histórica a la que tuve acceso, de toda la historiografía que leí en su momento, no me sentía lo suficientemente preparada como para acceder al mundo duro y áspero de la competencia académica. Me sentía más atraída por la libertad de la creación literaria, por contar las cosas a través de mi prisma y hacerlo creíble, tan creíble como una crónica histórica. Me sentía atraída por la psicología de los personajes históricos, me gustaba jugar a ponerme en sus zapatos para entender porque había sucedido eso de tal o cual manera y no podía haber sucedido de otra. Si, pasé horas y horas elucubrando posibles soluciones, soluciones creíbles, soluciones reales, a dilemas históricos y, para eso, hay que saber de Historia. Me enamoré de personajes históricos y viví, dentro de mi cabeza, vidas completas con ellos, con sus contemporáneos, dentro de sus tiempos, y para lograr eso hay que aprender y leer mucha Historia. Por eso, la Historia y yo estamos indisolublemente unidas, por eso me asumo como historiadora, porque me gusta la Historia y me gusta mucho porque la Historia me ha hecho vivir algunos de los mejores momentos de mi vida. Ahora bien, aunque tengo una formación académica y me remito a fuentes académicas serias para acceder a esos hechos que tanto me fascina recrear, el uso que más me gusta darle a mi conocimiento histórico es un uso eminentemente creativo y, porque no, recreativo; un uso que alimenta mi interior dándole color a mi mundo interno y, por ende, a mi vida. ¿Soy por lo tanto una historiadora seria y objetiva que hace todo lo posible por emplear un riguroso método científico para acceder al contenido del que trata la disciplina de la Historia?, eso trato, ciertamente; pero, cuando utilizo la Historia para crear y recrear, suelo, como bien se apunta, darme alguna que otra "licencia poética" con la previa advertencia de que lo estoy haciendo pues no me gusta engañar, tanto o más, como no me gusta ser engañada.

     Por último, y antes de concluir, fuí profesora de Historia de México a nivel bachillerato en algún momento de mi vida y voy a confesar que me gustó mucho serlo porque disfruto horrores la divulgación histórica, porque narrar los hechos históricos como si fueran ficción para que se queden mejor instalados en la mente de quien lo escucha es como convertirse un poco en el cronista, en el bardo, en el juglar de otras épocas que narraban los acontecimientos plagados de emociones y sentimientos que ayudaban a fijar mejor en la memoria el acontecimiento narrado. Eso, en lo que se refiere a la narración oral pero, de la misma manera, narrar la historia utilizando los recursos de la literatura (siempre que se respeten los principios de veracidad y objetividad necesarios para no caer en manipulaciones que justifiquen intereses espurios ajenos a la naturaleza intrínseca del relato histórico), es algo realmente hermoso pues el marco literario puede ser el mejor de los umbrales para poder acceder a un conocimiento histórico de calidad sin transitar por los, a veces, ininteligibles caminos de la narración estrictamente académica.

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