Página treinta: Lincoln ó un ejemplo más de la Historia contada por Hollywood
De nuevo aquí, mi generoso lector, para ponerte al tanto de una de mis últimas incursiones cinematrográficas que tienen que ver con el siglo XIX. Ayer fui al cine a ver Lincoln, una
película producida y dirigida por Steven Spielberg que ha sido nominada a los
óscares de este año como mejor película. Y tal vez gane el premio porque tiene todo
lo que una película ganadora debe de tener: superproducción, elenco de gran
cartel, vistosa fotografía y una recreación histórica lo suficientemente
acercada a la realidad como para aparentar ser creíble. Sin embargo, algo le falta para rayar en el estatus de
casi perfección al que la industria de Hollywood aspira cuando cuenta la
Historia, así, con mayúscula y, eso en lo que falla, es simplemente el
tratamiento del tema desde un punto de vista más objetivo e interesante, no
solo para el erudito, sino simplemente para el espectador común que suele
aprender Historia viéndola en las pantallas de los cines y no a través de las
opiniones y los estudios de los especialistas. Lincoln es, desde mi punto de vista, eso, un gran elefante blanco
cargado de millones de dólares que no alcanza a cumplir airosamente con su
cometido de contarnos una historia real y verdadera. Estoy de acuerdo que el
cine no es más que una ventana a los diversos modos de ver la realidad a través
de los ojos de sus creadores e intérpretes.
Sin embargo, cuando se trata del resbaloso terreno de lo acontecido,
esas interpretaciones deben de ser cautelosas si no quieren rayar en lo
absurdo. Steven Spielberg tiene debilidad por contar historias en
donde se respira una verdadera manipulación emocional del espectador. No se
resiste a contar la Historia como la contaba Cecil B de Mille en sus
superproducciones de antaño. Y esta
historia de Lincoln, no es la excepción.
Es una historia norteamericana para ser vista por norteamericanos que necesitan
hoy el refuerzo de una identidad que se resquebraja bajo el embate de la
desintegración. De ahí que el siempre
oportunista Spielberg, haya decidido hincarle el diente al personaje que, tras
George Washington, Padre de la Patria norteamericana, es el más emblemático de
toda la Historia de Norteamérica: Abraham Lincoln. Curiosamente, el Lincoln interpretado por Daniel Day
Lewis, en un afán desmitificador, no logra darle la fuerza necesaria a ese héroe de la Unión
Americana que fue el que puso a los Estados Unidos en el camino de su posterior
grandeza. Es más, durante toda la
película, Lincoln se define a través de sus confrontaciones con los otros:
Seward, Stevens, su esposa Mary Todd y hasta de su hijo Robert. Hay algo que parece fallar irremisiblemente
en este Lincoln tan familiar como caricaturesco, ajeno a la grandiosidad que le
otorga la historia oficial norteamericana. Toda desmitificación transita por
los terrenos verdaderamente pantanosos e inciertos de las interpretaciones
personales. Y la presentación de este Lincoln, no es precisamente la excepción
a la regla. Si me tengo que quedar con algún personaje de la película, ese es,
sin duda, Mary Todd, la desequilibrada esposa que actúa como una especie de
conciencia del propio presidente. Dudo
que su imagen en el filme, corresponda a una realidad histórica objetiva, sin
embargo, me agrada el giro libertario que asume frente a su propio esposo
creciéndose como personaje. No sé si eso que noté fue intencional o
sencillamente ocurrió al margen del manejo de dirección del propio Spielberg,
lo cierto es que Mary Todd, esta Mary Todd, hace mucho por un Lincoln reducido
a una interpretación simple y poco clara de un personaje histórico que no
logra, ni quiere –me parece a mí- romper con los cánones oficialistas. En fin, es la típica película bonita que deja
un sabor agridulce en el paladar del espectador ya que, siendo pretenciosa,
como lo son todas las grandes superproducciones fílmicas, solo alcanza a cubrir,
de manera sobradamente decorosa, el aspecto visual mientras que el contenido
queda reducido a contarnos, de un modo poco atractivo, los bemoles de una
historia oficial que, de ninguna manera, queda superada o revisada. Así pues, quien vaya a verla se encontrará
con el “padre Abe” de toda la vida presentado según la visión de un Hollywood
conservador que, lejos de desmitificar, solo le da un aire más contemporáneo al
mito histórico.
Comentarios
¡Un besazo enorme!